Semblanza en memoria de Iraset Páez Urdaneta (1952-1994)

Mi joven maestro

Por Carlos Pacheco *

Iraset Páez Urdaneta
Aunque nació cuatro años después que yo, no pocas veces he sentido que me orienta con su ejemplo. 17 años después de su partida tan temprana en 1994, se le rinde hoy este homenaje en el contexto profesional de uno de sus principales campos de acción. Se me invita a bosquejar una semblanza suya y acepto gustoso el privilegio, porque mi recuerdo no sólo grato y afectuoso, sino que lleva la marca indeleble de la gratitud.

 

Muchas preguntas desfilan ante mí de inmediato: ¿qué llevaba por dentro aquel colega marabino de estatura diminuta que jamás pasaba desapercibido?, ¿cómo se las arregló para desempeñarse a la vez en tantos frentes académicos sin que se le quemara ninguno de los conejos en el asador?, ¿por qué resultaba imposible ubicarlo en una de las cuadrículas de la grilla profesional?, ¿cuáles de sus muchos talentos, actitudes, méritos, cualidades son los que considero ejemplares? Me siento incapaz de responder a estas preguntas, pero es exactamente lo que trataré de hacer en los próximos 7.000 caracteres.

Según informa su hoja de vida, aquel jovencísimo bachiller, distinguido a la usanza maracucha con el inusual nombre de Iraset, no perdió el tiempo: a los 20 años se gradúa en el Instituto Pedagógico de Caracas de Profesor de Castellano, Literatura y Latín; a los 21, ya es Licenciado en Letras de la Universidad Central de Venezuela; a los 25 obtiene su maestría y a los 28 un PhD en Lingüística en la prestigiosa universidad californiana de Stanford. Es una primera muestra de su talento, su inteligencia y su dedicación al estudio. Supe además de su boca que había rechazado más de una oferta en la apetecida academia estadounidense porque ya antes de su vuelta a la patria como excelente producto del programa de becas Gran Mariscal de Ayacucho, seguramente había meditado, previsto y programado a qué iba a dedicarse al regresar a Venezuela.

Conociéndolo, puedo asegurar que para él no era éste un asunto de “conseguir trabajo”, sino de lograr la ubicación estratégica ideal para desarrollar lo que sentía como un proyecto (casi me atrevería a decir “una misión”) pedagógica y cultural. Es éste un primer rasgo suyo que llamó mi atención: no era reactivo sino planificador. Y antes de eso, observador, sensible a la realidad y a sus necesidades. Poseía lo que se llama visión y tomaba sus decisiones personales e institucionales teniendo en cuenta esa visión que era a la vez proyección hacia el futuro y también mirada amplia, elevada, que alcanzaba más allá de los límites de una circunstancia puntual, un programa académico, un departamento, una disciplina del conocimiento o una rutina institucional.

Esta faceta me impresionó cuando lo conocí en 1984. Era yo coordinador del postgrado en Literatura y vino Iraset desde la Biblioteca Nacional donde se desempeñaba como Director de Estudios e Investigaciones, para fundar en la USB el postgrado en Servicios de la Información, pionero en el área, que coordinaría hasta 1990, además de asesorar allí un total de 41 trabajos de grado. Por sus intervenciones en los consejos de coordinadores de postgrado me di cuenta de que Iraset estaba pensando cualquier tema desde una dimensión más alta que la mayoría de nosotros, enclaustrados en nuestros respectivos nichos profesionales o asuntos de corto alcance. Su reflexión partía naturalmente de su condición de lingüista, crítico literario, escritor, pedagogo y estudioso de la información, pero trascendía todos esos campos para trabarse en elaboradas discusiones con ingenieros o politólogos, filósofos o científicos básicos.

Para sorpresa de muchos, entre los que me incluyo, en 1987, apenas tres años después de integrarse a la USB, fue designado Decano de Estudios Generales. Pronto fue obvio para todos que su formación vasta y plural, la universalidad de sus intereses y perspectivas y su vocación pedagógica lo convertían en el sujeto perfecto para esa posición. Creo que éstos del decanato fueron sus años de mayor plenitud intelectual y académica. Realizó una sensata y perdurable reorganización de ese importante programa académico, tanto en su Ciclo Básico como en el Profesional, cuya oferta de cursos electivos enriqueció y sistematizó considerablemente, para luego promoverlos a través de un atractivo catálogo. También se convirtió él mismo en modelo de profesor en esa área, al dictar con evidente disfrute cursos sobre mitología griega, la cuentística borgesiana o la cultura japonesa que, ante los ojos perplejos de estudiantes de química o de ingeniería de materiales, se abrían como umbrales maravillosos e inesperados.

Para 1989 estaba yo a unos meses de concluir mi propio doctorado y tuvo él la gentileza de invitarme a acompañarlo desde la coordinación del Ciclo Profesional y además de ocuparse personalmente de esa posición hasta mi regreso de Inglaterra. Juntos y en compañía de Cristian Álvarez fundamos entonces la revista Universalia y establecimos el concurso de trabajos finales de curso. Hoy existen además el de cuento y el de poesía que lleva el nombre de Iraset Páez Urdaneta y todos siguen siendo convocados anualmente para promover en los estudiantes de carreras científicas y tecnológicas el interés y la dedicación a otras prácticas y temas sociales, ambientales, artísticos, filosóficos, etc.

Los coordinadores no nos dábamos abasto para atender tantos asuntos, pero Iraset, con muchas más responsabilidades y compromisos a cuestas, pudo por aquellos años dirigir seminarios de postgrado sobre teoría literaria o comunicacional, escribir un brillante estudio introductorio a la obra de Borges en la colección clásica de Biblioteca Ayacucho, ser jurado del Premio Internacional de Novela “Rómulo Gallegos” al que concurrían varios centenares de obras, preparar los libros Información para el progreso en América Latina (1990); Comunicación, lenguaje humano y origen del código lingüístico (1991); Gestión de la inteligencia, aprendizaje tecnológico y modernización del trabajo informacional: retos y oportunidades (1992); La estratificación social del uso del tú y usted en Caracas (1992), además del poemario Lugares comunes (1992), participar como jurado experto en literatura japonesa en el televisivo Concurso millonario, actuar como consultor del Programa General de Información de la Unesco y hasta ser parte de un grupo de amantes y estudiosos de la ópera que se reunía semanalmente. Por eso puedo decir que me enseñó a no temerle a los retos y los compromisos. Que a cada uno le llega su momento. Muchas tardes lo dejé en su oficina disfrutando de atender a un grupo de estudiantes que deseaba seguir la discusión que había animado su clase concluida un par de horas antes…

También hay que decirlo, y ya lo hice en otra ocasión: Iraset no fue monedita de oro. Su carácter fuerte y la pasión con que se comprometía en los debates tanto académicos como intelectuales lo condujeron a enfrentamientos con diversos colegas y le granjearon fama de “difícil”. Tal vez esa irascibilidad fue factor decisivo de su derrota cuando, meses antes de su muerte, aspiró al Vicerrectorado Académico. Recuerdo que en una ocasión no dudó en cantarle sus cuarenta a una de las autoridades rectorales, quien se atrevió a referirse con desdén a los Estudios Generales. Por ser sin embargo tan auténtico en sus posiciones, tan abierto a lo diferente, terminó siendo gran amigo de muchos de sus contendores en la arena del discurso.

Y muchas veces su victoria fue el resultado de su originalidad y su osadía. En una ocasión, hacia 1992, siendo ya director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades y habiéndolo sustituido yo en el decanato de Estudios Generales, me sorprendió verlo entrar a la sala del Consejo Directivo con una gigantesca bolsa que ocultó enseguida bajo su mesa. Al corresponderle intervenir para establecer si La Casa de Bello debía admitirse formalmente como instituto de investigaciones en la evaluación de credenciales de un nuevo docente, se limitó a repartir entre los presentes una treintena de títulos de obras de investigación y ediciones críticas, para limitarse luego a preguntar a los consejeros si consideraban que la institución donde se habían realizado y editado tales publicaciones sería un centro de investigaciones o más bien una agencia de festejos…

Por todo lo expresado hasta aquí, me dio una inmensa satisfacción saber hace tres años, que por iniciativa del profesor Johan Pirela como director de la Escuela de Bibliotecología y Archivología, la Universidad del Zulia concedió a Iraset Páez Urdaneta el Doctorado Honoris Causa Post Mortem “por su visión progresista en función de la consolidación de las Ciencias de la Información al servicio del desarrollo científico, organizacional y social y por su aporte a las letras venezolanas y latinoamericanas.” El mismo día del conferimiento, el Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación de esa universidad aprobó crear el Centro de Investigación y Desarrollo en Tecnologías del Conocimiento (CIDTEC) y distinguirlo con su nombre. Merecidísimo homenaje.

Iraset el esforzado, el talentoso, el ávido de aprender; Iraset el versátil, el osado; el visionario, el pedagogo; Iraset el irascible, el tenaz y apasionado. Iraset. Es difícil de creer. Ante la nómina de tantos esfuerzos, iniciativas y logros, es difícil de creer que apenas diez años tenía de haber llegado a Sartenejas para cuando fue minado por una inclemente enfermedad y segado tan abruptamente por la muerte, a los 42 años, el 22 de mayo de 1994. Tiempo es hoy de recordarte, admirado Iraset, mi joven maestro. Y tiempo de celebrar agradecidos, también nosotros, las muchas obras y ejemplos que sembraste.

 

* Carlos Pacheco: Profesor Titular de la Universidad Simón Bolívar, Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

Palabras pronunciadas en la apertura del II Coloquio Internacional de Gestión de Archivos y Administración Electrónica de Documentos, Universidad Simón Bolívar, 23 de marzo de 2011.

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Un comentario

  1. En mi dejó una ventana abierta hacia el futuro, además de una bella y sincera amistad; huellas que difícilmente alguien borrará. Al leer esta semblanza no pude evitar dejar escapar unas pequeñas lágrimas de emoción, porque lo describes con tal exactitud como si estuviera a mi lado viéndolo. Lo llevamos en nuestro corazón, por siempre, fui su compañera de trabajo en la Biblioteca Nacional y su alumna en la primera promoción de ese postgrado de Estudios de la Información. En ese tiempo aprendí a valorar todo lo que en mi vida académica nunca había valorado. Gracias por expresar lo que nosotros sentimos y no expresamos nunca, ahora cuando se acerca un aniversario más, de su partida.

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