Joaquín Marta Sosa, el niño que halló en su interioridad la de sus semejantes

La infancia y un viaje a la India como imagen de la intimidad sacra son los temas de los libros

Michelle Roche Rodríguez /EL NACIONAL – Cultura/P.4/12 de Febrero de 2011.-

Frente a las sedosas aguas avellanadas del río Ganges, Joaquín Marta Sosa entendió lo cerca que está la pureza de la mierda y recuperó la religiosidad que había perdido décadas atrás. En Benares descubrió el vínculo casi imperceptible, pero constante, entre la vida y la muerte. Apenas en cinco días pudo acostumbrarse ­y por saturación­ al olor a aguas servidas que impregna la ciudad pero, entre la fetidez y la mugre, la fuerza lírica que emanan los ritos sagrados hindúes le reveló que lo trascendente y lo pútrido forman una sola unidad.

“¿Cómo es posible que en tan poco tiempo me fracturen la conciencia occidental, según la cual lo absoluto sólo lo es por ser limpio, si en la India lo absoluto sagrado lo es por estar lleno de materia saludable y enferma, perfumada y pútrida, aromosa y fétida?”, fue la pregunta que golpeó su intimidad con la fuerza de la beatitud perdida.

A los 24 años de edad, el poeta era un hombre pío.

Entonces comulgaba con la rígida religiosidad católica e incluso militó en un partido de inspiración socialcristiana, aunque él mismo se inclinaba un poco hacia la izquierda.

Su desencanto de la Iglesia lo llevó por los caminos de la teología de la liberación.

Pero esa corriente religiosa terminó por decepcionarlo también, pues estaba a medio milímetro de convertirse en una tendencia fanática, en una reedición del dogmatismo que tanto criticaba. Despechado, Marta Sosa atravesó también la senda del agnosticismo y en los últimos lustros recorrió el ateísmo, hasta que los miembros del Instituto Cervantes tuvieron a bien invitarlo a pasar los meses de octubre y noviembre de 2006 en la sede de la organización inaugurada recientemente en la India.

No guarda diarios de su visita, pues era presa de un arrobamiento tal que era incapaz de convertirlo en palabras.

Pero de vuelta en su residencia de Cantabria, Marta Sosa supo que la única manera de quitarse el peso que llevaba en su ánima ­nótese que no usa la palabra “alma”­ era organizar en un libro las experiencias que le enseñaron que la religión no es una fuerza para la actuación pública, sino un hecho espiritual, individual e intransferible.

Así nació Gangia.

Quiso la casualidad que la colección de 30 poemas viera la luz en las mismas fechas que otro libro suyo, Campanas de Nogueira. En 56 textos, el poemario sobre su infancia decanta una reflexión lírica, polifónica y catártica ­en el sentido que la tragedia griega otorga a la palabra­. El autor recuerda allí el trauma que fue dejar a los 6 años de edad el pueblo portugués donde nació y llegar a Caracas, la capital de un país que su abuela identificaba con el infierno.

El momento más trágico de ese viaje, primero hacia Venezuela y luego hacia la madurez ­que varias veces se le hizo literalmente dantesco­, fue acostumbrarse a que la vocación que su padre despreciaba y que su madre no entendía, aunque facilitaba, definía su existencia: la palabra escrita.

“Y a pesar de las brumas/ que, feroces, descienden por las nieves con su olvido,/ ese ruego suyo ganado paso a paso de la vida/ de unos y de otros y de todos,/ en la terca tenacidad de ser sólo lo que eran,/ y que después de cruzar al otro lado de las piedras/ ninguna historia viniese a recogerlos,/ salvo, en lo posible, las infieles memorias/ de hijos y de amigos/ cuando el mar decida descansar”.

“He sido como los pájaros ­reflexiona el poeta­. He cambiado de plumaje con cada poema, de voz. Mi poesía ha sido eso: buscarme, de una manera incesante, a través de muchas voces”.

Pero el bardo sospechaba que aquel “yo” que buscaba en las voces ajenas ­de aquella otredad que lo obsesiona­ era el espejo fragmentado de su intimidad. Así, los 2 poemarios se unen en la intuición de que uno mismo es el otro. Y en ambos se descubre al niño que salió a los 6 años de edad de Nogueira para encontrar en Catia su pasión por el castellano. Sabe que esa criatura está adentro de su intimidad, pues lo sigue definiendo. Hoy está convencido de que no ha cambiado en 70 años, a pesar de la edad o de las diversas pieles que han embutido su pensamiento: el mismo chico de Nogueira es el poeta, presa de un constante arrobamiento ante el mundo donde habita.

Entre Campanas de Nogueira y Gangia se encuentra no sólo el variopinto plumaje intelectual de Marta Sosa, un poeta que se ha ganado a pulso el sitial de honor que ostenta en la lírica nacional, sino también toda la vida del autor, cuya madurez representa la consagración del género en el país.

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