Discurso del Profesor Emérito Miguel Martínez Miguélez

El Rigor de la Ciencia y la Intuición de la Metafísica

 

Miguel Martínez Miguélez  [1]

 

“Una cosa es contar cuentos de los entes

y otra es apresar el ser de los entes.

Para esta última tarea, faltan no sólo, en los más de los casos, las palabras,

sino, ante todo, la gramática

(Martín Heidegger, 1974: 49)

 

“La ciencia actual nos ha conducido por un callejón sin salida

 y la actitud científica ha de ser recons­truida,

la ciencia ha de reha­cerse de nuevo.

Erwin Schrödinger  (1967: 122)

 

                                                “La ciencia misma es metafísica

Albert Einstein (1930, al New York Times)

 

 

       Me siento gratamente honrado al tener esta oportunidad, y en este momento tan especial, para poder expresar unas palabras de agradecimiento a tantas personas que suelen trabajar en la sombra, pero que lo hacen generosa y eficazmente. Santo Tomás ubica la gratitud como parte de la justicia, y así es como quiero sentirla. Por eso, desde principios de los años 70, cuando el Dr. Serrano Poncela, Director de la División de Cs Ss y Humanidades, me invitó, con verdadero afecto, a venir a esta Universidad, que estaba comenzando, y me confió revisar los planes de los Estudios Generales y la planificación de una Maestría en Educación Superior Universitaria y más tarde ser su Adjunto, hasta mis últimas clases recientes en los Doctorados de Ciencia Política y Desarrollo Sostenible, son muchas las personas que han pasado por los cargos directivos rectorales, de la División, del Decanato de Investigación y del Depto de Ciencia y Tecnología del Comportamiento, que todavía no existía. Con todas ellas estoy en deuda, porque a ellas se debe mucho de lo que hoy celebramos.

       Y una deuda similar más próxima y afectiva la tengo con los miembros de mi familia: con mi esposa, Julie, primera interlocutora aguda y eficaz de los diferentes contenidos de mis publicaciones, y con mis hijos, Miguel Ángel, profesor también en esta Universidad en los Postgrados de Ciencia Política, y con Ana María, egresada de nuestra Carrera de Arquitectura. Igualmente, agradezco a las personas que han intervenido, sus expresiones de aprecio y sentimientos.

       También, es esta una oportunidad para reflexionar, aunque solo sea en forma muy breve, sobre algunos puntos cruciales de nuestra docencia e investigación universitarias.

       Cuando Einstein llegó a Nueva York, en 1930, y ya la Teoría de la Relatividad General había sido bien establecida con el eclipse total del Sol en 1919, existía una expectativa general para su recibimiento, y el representante del New York Times le hizo una pregunta cuyo contenido era ya muy debatido en esos días. La pregunta fue: “¿Hay alguna relación entre la Ciencia y la Metafísica?”. Y Einstein respondió: “Science itself is Metaphysics”, “la Ciencia misma es Metafísica” (Clark, 1972: 520). Los mejores comentarios internacionales a esta respuesta en el área académica fueron muy complejos, pero todos en la línea de que la Metafísica, como núcleo central de la Filosofía, jugaba, en el desarrollo de la ciencia, el mismo papel que los cimientos de un edificio en su solidez; pero, con la diferencia que los cimientos no se pueden apoyar, a su vez, en otros cimientos, sino y solo en la agudeza intelectual de la mente humana, la cual no tiene sustituto, ya que consiste en la reflexión de la razón sobre sí misma. Por ello, mis palabras irán en ese sentido.

  1. Relación entre la Ciencia y la Metafísica

       El filósofo presocrático Heráclito, del siglo VI-V a.C., es famoso por una frase muy conocida: “nadie se baña dos veces en el mismo río”; a lo cual responde su alumno Cratilo: “y ni siquiera una sola vez, porque el agua está siempre fluyendo” (diálogos platónicos Cratilo, Teeteto). Pudiéramos decir que, en la cultura occidental, nunca ha habido, como en el siglo XX, un “flujo” de pensamientos, ideas, enfoques y teorías tan vasto y variado, ya sea a nivel personal y familiar, como, en el área social, política, económica, ética y espiritual. Pareciera que un tsunami epistémico ha invadido todos los campos. Estos cambios continuos plantean a la docencia e investigación universitarias un desafío y un problema muy serios: ¿qué es lo verdadero?, ¿cuándo algo está científicamente demostrado?, ¿con qué criterios debemos juzgarlo, si la Ciencia y la Metafísica no pueden separarse?  ¿Es suficiente que un docente o un investigador terminen una clase, un curso o una investigación afirmando: “eso es muy complejo y ¡punto!?”.

       También se suele repetir frecuentemente que “la historia es la maestra de la vida” y que “el que no conoce la historia está condenado a repetirla”. En efecto, pareciera que los genios más insignes y destacados se adelantaran demasiado a su tiempo para ser comprendidos y seguidos; así, ahora llevamos 24 siglos, para entender lo que Platón solucionó perfectamente en su diálogo Teeteto o De la Ciencia, que, en resumidas cuentas, lo expresó también después Aristóteles en su obra Metafísica: “el todo es más que la suma de sus partes”, expresión que es mucho más citada y repetida que comprendida (Libro iv, caps 5,6). Veamos más de cerca lo que nos dice Platón en el diálogo mencionado:

Teeteto (alumno excepcional): “explícate mejor, Sócrates”.

Sócrates: “Ya que hemos hablado de las partes, digamos que el todo es, por necesidad, la totalidad de las partes. Pero, ¿esa totalidad a la que tú te refieres resulta una forma única muy otra que la totalidad de las partes?

Teeteto: “Yo, por lo menos, así lo creo”.

Sócrates: “¿Afirmarías, entonces, la identidad de la suma y del todo o dirías quizá que son algo diferente?

Teeteto: “…me atrevería a decir que son algo diferente”.

     Sócrates: “… tu empeño es un gran mérito. Ahora, falta por comprobar la bondad de tu respuesta…: la diferencia entre la suma de las partes y el todo…, y ésta es una lucha sin cuartel, Teeteto” (en el orig. “máje gé andricós”: lucha en verdad varonil (Teeteto: 1972: 876; orig. 265b/266e).

       En efecto, tan “sin cuartel”, que durante 24 siglos nunca ha cesado. Entremos, entonces, al fondo del problema. Nuestras realidades no son atomísticas sino que siempre son “sistémicas”, ya que, “desde el átomo hasta la galaxia, –como nos señala von Bertalanffy (1981:47)– vivimos en un mundo de sistemas”; en nuestro mismo organismo todos son sistemas: sistema circulatorio, sistema respiratorio, sistema nervioso, sistema inmunológico, digestivo, muscular, óseo, etc, es decir, que son entidades constituidas por un conjunto de elementos interdependientes e inseparables que buscan una meta y un objetivo, pero nunca los podemos ver todos ni apreciar y ponderar la naturaleza y función que cada uno desempeña en el todo que constituyen, pues se nos presentan en una forma poliédrica, con muchas caras: “no podemos comprender el todo sin ver sus partes, pero pode­mos ver las partes sin com­pren­der el todo” (Polanyi: 1966:22); además, a los sistemas no podemos aplicarles las 4 leyes de la matemática sin más ni más: la ley aditiva de los elementos, la conmutativa, la asociativa y la distributiva; y, si lo hacemos, siempre será con “concesiones epistémicas” en la relación “cualitativa/cuantitativa”. En fin de cuentas, la ciencia siempre nos pide y exige precisión, y por la falta de precisión explotó el Challenger, aunque había 200 cámaras filmando el despegue, y, por falta de precisión, se hundió el Titanic: siempre “para lo bueno se necesitará que todo esté bien, pero, para lo malo, basta un defecto”.

       Todo esto en relación a la precisión del objeto.

       Pero, al mismo tiempo, ha cambiado también, en el siglo XX, la dinámica del sujeto conceptualizador”, del sujeto pensante, del sujeto investigador, donde, en la libertad de la mente humana, se dan fenómenos de sinergia psíquica, de telequinesia, de premonición, de resonancia mórfica (Sheldrake, 1990) y otros fenómenos de energía cada vez más estudiados, especialmente por los Institutos Internacionales más avanzados, como el Instituto Tecnológico de Massachusetts, el Instituto Santa Fe de Nuevo México, el CERN de Ginebra y otros; estos estudios hacen referencia a la conciencia, y señalan que nuestro cerebro mismo puede ser visto como infinitamente interconectado con ondas electromagnéticas, gravitacionales y otras con el resto del universo, como, en parte, indica la Teoría de la Relatividad General y la Neurociencia de las últimas décadas: la neuroquímica, la neurofisiología, la neuropsicología, etc. (Popper y Eccles: 1985).

       De modo que, el objeto y el sujeto, hoy día, son otros, no son los mismos que en tiempos pasados. Necesitamos usar un lenguaje riguroso, sistemático y autocrítico, criterios del verdadero lenguaje de una ciencia actualizada, pero no dogmática y, sobre todo, más humilde, ya que, a lo largo del siglo pasado, ha habido un cambio de paradigma científico y epistémico, es decir, un cambio de las leyes básicas de la ciencia: han cambiado los conceptos fundamentales de lo que es “conocimiento” y de lo que es “ciencia. Ambos, el lenguaje filosófico, por un lado, y el lenguaje neurocientífico, por otro, nos ayudarán a poner las bases sólidas indispensables que exigen nuestras diferentes disciplinas ya que muchos supuestos “conocimientos” de uso corriente se han demostrado no ser sino  simples hábitos mentales y hasta simples rutinas o códigos mentales. Y, por esto, muchos proyectos de investigación, si los juzgamos con pleno “rigor científico y filosófico”, como es nuestro deber, resultan insostenibles académicamente.

 

2.  ¿Cómo unir el Rigor de la Ciencia

         y la Intuición de la Metafísica?

       Son muchos los autores eminentes y los eventos internacionales que pusieron las bases para la estructuración de una Nueva Ciencia en el siglo XX. Enumeremos brevemente algunos que jugaron un rol estelar.

2.1   La Filosofía Perenne

       Pensemos solo en los comentarios que se han escrito sobre la siguiente idea de Platón en el diálogo Fedro: “si encuentro a alguien capaz de ver las cosas en su diversidad (las partes) y al mismo tiempo en su unidad (el todo), ese es el hombre al que yo busco como a un dios”. No sabemos si Platón encontró o no a ese hombre; pero parece que no; sin embargo, los que diseñaron el escudo de los billetes verdes (y escribieron “e pluribus unum”: de muchos uno, muchos Estados y una Nación) se inspiraron en esa misma idea (1972: 876; orig. Fedro: 265b/266e). También, en Medicina, los especialistas observan y elencan primero la variedad de los síntomas del paciente, y, luego, determinan o imaginan qué enfermedad crea esa red de relaciones. E igualmente, en estos días del mundial de fútbol, algunos comentaristas de los equipos pensaron igual al decir: “ese equipo tiene muchas estrellas, pero no forman constelación”.

2.2   Immanuel Kant.

       A la clarificación de este mismo razonamiento, en forma técnica y precisa, le dedicó Kant la mayor parte de su vida (1787, 2ª edic.). Y, así, afirma:

                “Puesto que esta facultad de síntesis se debe llamar “entendimiento”, para distinguirla de la “sensibilidad”, resulta siempre que es un acto intelectual todo enlace, toda unidad o liga (Verbindung)…; el enlace es la única que no puede sernos dada por los objetos, sino solamente por el sujeto mismo… El enlace es la representación de la unidad sintética de la diversidad” (pp. 241-254, 172, 260-1).   

2.3  El Aporte del Segundo Wittgenstein: 1930-1950.

       Se ha dicho frecuentemente que todo gran filósofo ha dado a la filosofía una nueva dirección, pero que sólo Ludwig von Wittgenstein ha hecho esto dos veces: pri­mero con su famoso Tra­tado Lógico-Filosófico, con el que fundamentó el posi­tivismo lógico (es decir, el atomismo: visión de las partes); pero esta obra le había llevado a tales contradicciones internas, que la terminó con una frase lapidaria y de desesperación mental, que suena como un pasaje de la Sagrada Escritura: wovon  man nicht sprechen kann, darüber muss man schweigen (sobre lo que no se puede hablar vale más callarse), (1971, p. 189); y así hizo él; pero, más tarde, siguiendo las investigaciones ópticas y auditivas de los psicólogos de la Gestalt de Viena, la cuestionó tan radicalmente que terminó refiriéndose a ella como “mi viejo modo de pensar”, “la ilusión de que fui víctima”, dando una base y fundamento al postpositivismo.

       2.4   Erwin Schrödinger: 1944

       También entendemos por qué nos advierte el físico cuántico austríaco y Premio Nobel Erwin Schrödinger, ya desde 1944, en su obra ¿Qué es la vida?, que ayudó a los biólogos a descubrir la estructura del ADN y le sugirió, incluso, el uso del término “gen, genes”; dice él: “la ciencia actual nos ha conducido por un callejón sin salida y la actitud científica ha de ser recons­truida, la ciencia ha de reha­cerse de nuevo” (1944/1967:122). Y… ¿por qué? Porque no tenía en cuenta la red de relaciones que se da entre los miembros que constituyen cada entidad.

   2.5.  Los 5 Simposios Internacionales sobre Filosofía de la Ciencia

       Ante esta situación, en la década de los años 60 se desarrollan 5 Simposios Internacionales sobre Filosofía de la Ciencia, para resolver el gravísimo dilema epistémico planteado. Y fueron 5 porque en los primeros 4 no pudieron solucionar el problema implicado; pero sí lo hicieron en el V (1969).

       Por esto, oigamos lo que dice, años después (en 1986), James Lighthill desde la Presidencia de la Sociedad Internacional de la Mecánica, organismo líder en el pensamiento ya postpositivista:

            recono­ce­mos ahora que nuestras generalizaciones fueron fal­sas. Queremos colecti­vamente pre­sentar nuestras excu­sas por haber inducido a error a un público culto, di­vulgan­do… ideas que, después de 1960, se han demostra­do inco­rrectas (1986: 38).

       Esta confesión no necesita comentario alguno, pues, como dice el lema de la justicia procesal, “a confesión de reo, relevo de pruebas”. Sin embargo, el Premio Nobel de Química (de 1977), Ilya Prigogine, la comenta afirmando lo siguiente:

             “Es cierto que cada uno de nosotros puede cometer errores y después debe excusarse por haberlos cometido, pero es algo totalmente excepcional oír a los expertos reconocer que durante tres siglos se han equivocado en un punto esencial de su propio campo de investigación” (1994: 28).

   2.6   Constataciones y Sugerencias de la UNESCO

       La Unesco, –que tiene la mayor responsabilidad, a nivel mundial, en la Educación, la Ciencia y la Cultura– nos alerta y repite, en las últimas décadas, en los simposios internacionales sobre la reforma universitaria, (1997-1998), las siguientes constataciones y sugerencias:

       Constataciones:

       ¨  La desorientación de la Universidad es un fenómeno mundial.

¨  Los cambios mundiales tienen un ritmo acelerado.

¨  El pensamiento único genera pobreza.

       Sugerencias:   

¨                             Es urgente una visión trans-nacional, trans-cultural, trans-política e, incluso, trans-religiosa (entendiendo este término en sentido ecuménico).

¨                             Es necesario pasar del positivismo (conocimiento sensorial) al postpositivismo (conocimiento estereognósico).

¨  Es necesario rehacer los Planes de Estudio.

 ♦  No es suficiente una actitud de tolerancia, es indispensable el diálogo.

3.  Reorientación del Proceso Creador de la Mente Humana

       Es precisamente Einstein quien nos advierte: “la mente intuitiva es un don sagrado y la mente racional un siervo leal. Nosotros hemos creado una sociedad que honra al siervo y ha olvidado el don” (en Henagulph 2000). Y su asistente de investigación afirma que “Einstein no era tanto un científico cuanto un artista de la ciencia…, porque su método era esencialmente estético e intuitivo“; es más, él mimo señala que estructuró la Teoría de la Relatividad General, porque creía profundamente en “la armonía del Universo” (Clark, 1972: 648-650).

       Igualmente, el físico cuántico danés y Premio Nobel, Niels Bohr, dice que llegó a su famoso principio de complementariedad, no por cálculos matemáticos, sino por endopatía y adivinación, como quien dice, en lenguaje coloquial, “atando cabos” y, en lenguaje técnico, por un proceso estereognósico. Nos podemos preguntar, ¿cómo sucede eso? Veamos el ejemplo que nos ofrece este mismo autor de cómo llegó a  ese principio que unificó las dos grandes y famosas teorías de la física, la teoría corpuscular y la teoría ondulatoria, que después se aplicó no solo en las ciencias naturales, sino también en las ciencias humanas. Él nos cuenta que, una vez, asistió a la defensa de un muchacho acusado de homicidio y que, cuando los jueces sortearon a quién le correspondía ese juicio, la decisión recayó en una juez que era la propia madre del acusado y tuvo que aceptarla, pues la ley no permitía, en ese tiempo, la inhibición. En el curso del juicio, después de oír al abogado acusador y al defensor, la juez-madre declaró que, como juez normal, tenía que declararlo culpable, pero que, como madre y sabiendo las serias complicaciones que tuvo a lo largo de todo su embarazo y durante todos los primeros años de la niñez, el hijo-acusado era “una víctima de la naturaleza” y, por lo tanto, era “inocente”. Ese hecho –dice Niels Bohr– me hizo pensar que las dos grandes teorías de la física (la corpuscular y la ondulatoria) se podían integrar asumiéndolas también desde un “enfoque y punto  de vista superior” que las hacía complementarias, y así fue.

       Y el insigne y excepcional biólogo ucraniano del siglo XX, Theodosius Dobzhansky, padre de la moderna teoría sintética de la evolución, pensó en esta misma línea de reflexión cuando unió la teoría creacionista y la teoría evolucionista, al decir que “como las evoluciones cósmica, de la vida y cultural son ultimadamente partes de un mismo y único proceso creativo, la Evolución es el método creativo de Dios, (en Margenau, 1984: 35).

            Por último, oigamos lo que el húngaro y Premio Nobel de Medicina (1937) Szent-Györgyi nos dice sobre este proceso mental de la creatividad: “el pensamiento creador consiste en ver lo que todo el mundo ve y pensar lo que nadie piensa”. Y esta vivencia del poder creador –de acuerdo a los más insignes investigadores– los hace sentirse partícipes de un don divino, muy felices y, también, con un gran sentido del humor. (Princeton).

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