Obra ganadora del Concurso de Cuentos Breves del PIO

En el Concurso de Cuentos Breves organizado por el Programa Igualdad de Oportunidades, bajo la coordinación de la profesora Valentina Mujica, resultaron ganadores en el primer lugar, Jesús Méndez del Liceo Gustavo Machado por su obra “La meta”, en el segundo lugar Patricia Paredes del Liceo Jesús Obrero por su cuento “Un día normal” y en el tercer lugar, Daniel Torres del Colegio Nazareth por su texto “Yo soy el que soy”. Detalles sobre el acto de premiación aquí. Lea la obra ganadora del primer lugar a continuación:

“La Meta” escrita por Jesús Méndez, estudiante del Liceo Gustavo Machado

A pesar de que presentaba la prueba de admisión por séptima vez, Alonso Pereira no perdía la esperanza de entrar a la universidad, para así obtener el título de Doctor que tanto anhelaba desde que era un niño. Había nacido en el seno de una familia muy pobre, que tenía su residencia en un barrio capitalino, donde ni siquiera Dios vuelca su mirada. Era el tercero de cuatro hermanos. Los dos mayores estaban tras las rejas por tráfico de estupefacientes y su única hermana trabajaba en un prostíbulo de mala muerte, ubicado en el oeste de la gran urbe. Su madre estaba parapléjica en una destartalada silla de ruedas, donada por una institución benéfica. Ella siempre se quejaba de que estaba en ese estado por las preocupaciones que le daban sus hijos. No conoció jamás la dicha, ninguno se sus seis maridos le había respondido como hombre. Recordaba que su primer muñeco fue su primogénito, el cual parió con sólo 13 años de edad. “La desdicha siempre ha acompañado mi triste existencia. No he tenido suerte, ni con mi familia, ni con los machos, ni con mis hijos”, decía. Ese era el cuadro al que pertenecía Alonso Pereira. Cada vez que salía el anuncio de exámenes de ingreso, en cualquier casa de estudios superiores, él abrigaba la esperanza de alistarse. “Tengo que ser alguien en la vida”, pensaba.

Los días anteriores a la presentación de la prueba correspondiente, Alonso Pereira alumbraba a los espíritus de María Francia, patrona de los estudiantes; a Santa Clara, para que le abriera los conocimientos; a Santa Rita, abogada de lo imposible; al indio Paramaconi, rey de la inteligencia indígena; al negro Miguel de Buría, quien se sublevó, más por inteligencia que por rebeldía, contra sus amos. Junto a su mamá y a una comadre que era una médium santera, comenzaba un ritual acompañado con tabacos, yerbas y aguardiente. La yuyera, una vez transportada en cualquier espíritu, empezaba a exclamar: “Ánimas del más allá que Alonsito sea dotol; Corte Espiritual, que Alonsito pueda entrá; Corte India, que Alonsito sea capaz; Corte Negra, que Alonsito sea aceptado”.

Cuando vio su nombre entre los admitidos, su corazón rebosó de alegría y felicidad. Comenzó su carrera en la universidad que llevaba el nombre del Padre de la Patria. Se inscribió en Ingeniería Civil. Las dificultades le salían como espectros por los cuatro puntos cardinales. Era una carrera muy cara. Los libros le costaban muy caros. Tuvo que trabajar como caletero en las noches en un mercado municipal. Ayudaba para la comida en su casa y para sus gastos personales. Para llegar a su humilde morada tenía que sortear su tránsito entre malandros, cobradores de peaje y el humo penetrante de distintas drogas, que transportaban a sus consumidores hacia lo incoherente y lo desorbitante. Al entrar a la morada recibía las retahílas plañideras de su progenitora. Alumbraba con un velón azul a las ánimas benditas, para que lo cuidaran de los peligros callejeros y lo sacaran adelante en sus estudios.

El tiempo transcurrió y seis almanaques habían sido consumidos en la vida estudiantil de Alonso Pereira. Fue un joven brillante. Sus compañeros, que comenzaron marginándolo, terminaron admirándolo. Se graduó Summa Cum Laude. Consiguió trabajo en una famosa empresa. Contrajo nupcias con Maite Luzardo Villarreal y se residenciaron en Colinas de Monte Supremo. Se prohibió recordar su pasado. Negaba su origen. Exclamaba, en los reuniones o festines sociales, que sus raíces estaban en Francia, porque su madre era una modista parisiense y su padre un profesor de La Sorbona. Jamás volvió al barrio donde había visto luz por vez primera. Su mamá murió de mengua y fue enterrada en un terruño paupérrimo en una urna de latón. Fue nombrado presidente honorario de una ONG que ayudaba a los pobres y ancianos desamparados. Se hacía llamar doctor Alonso Pereira de Pereira.

Sus gustos eran estrafalarios. La gente le motejaba sus pantalones de rayas con camisas de cuadros. Tenía calzados de distintos colores y sus corbatas eran de flores taciturnas. Se expresaba con una verborrea rebuscada. Introducía términos donde no iban: “Me gustan las mujeres leguleyas porque no hablan y te complacen en todo”. Un día resolvió destruir todas las estampitas de santos que guardaba en su cartera: “Ya no necesito de esto, todo se consigue con esfuerzo y con suerte”. Una noche de plenilunio comenzó a escuchar ruidos extraños en la casa. Un coro de voces le gritaba ensordecedoramente: “nos engañaste, olvidaste tus promesas. Te burlaste de nosotras vilmente. Eres mal hijo, mal hermano, mal amigo. No te dejaremos en paz”. El sueño comenzó a ahuyentarse en las noches de Alonso Pereira. Su esposa le decía que eran el estrés y el exceso de trabajo. Aunque fue llevado a los mejores psicólogos sus visiones se maximizaron y el estruendo de voces lo seguía por doquier.

Hoy deambula por las calles de la capital. Su aspecto es grotesco. Anda recogiendo en los potes de basura algo para poder comer. Su vestuario es un cúmulo de harapos mugrientos y malolientes. Siempre camina sin rumbo fijo, perseguido por los gemidos espirituales, que le reclaman constantemente su cuota en sus triunfos pasados. “¡Déjenme tranquilo por favor!¡Las volveré a alumbrar! ¡Las volveré a venerar! ¡Las volveré a respetar!”. Los que conocieron su grandeza ni lo voltean a mirar. Otros cambian de acera cuando le ven aparecer. Algunos maldicen tanta desdicha. Unos ojos desgarrados quedan perplejos ante el auge y caída de aquel ser que un día pisó la gloria y después habita el infierno. Un viejo frutero, que se conduele de Alonso Pereira dándole un bocado diario, le cuenta a su clientela: “Alcanzó la meta, pero irrespetó promesas, relegó a su madre y se volvió avaro y miserable. Hoy es perseguido por las ánimas, que cuando no les cumplen atosigan, atormentan y destruyen los actos de ingratitud. De nada sirve ser grande, si tienes un espíritu ínfimo”.

Dos noticias llenan los diarios del país. Se reseña un acontecimiento social, que informa sobre el matrimonio de la señorita Maite Luzardo Villarreal con un gran comerciante árabe. La otra información es de sucesos, que expresa que fue atropellado por un vehículo que iba a gran velocidad, un indigente sin nombre ni familia.

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2 comentarios

  1. Que hermoso cuento. Felicito a su autor. Posee una capacidad de síntesis y una gran imaginación. Jóvenes como éste llenan de orgullo a cualquier Universidad. En ese relato hay imaginación, Realismo Mágico, se observa la presencia de lo Real Maravilloso. Sigue asi Jesús Méndez, puedes llegar lejos. Creo que debes estudiar en la Universidad Simón Bolívar. Eres un talentoso de las letras

  2. Excelente narración Felicitaciones a este escritor. Ojalá se siga motivando a la juventud a escribir

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